¿Cuál es la problemática de mi entorno escolar que pretendo abordar?
“Abrazar
para pensar, escuchar para aprender”
Los niños
y la niñas que hoy atendemos en las aulas son el producto de circunstancias muy
diferentes y hasta cierto punto muy disimiles en todos y cada uno de ellos,
pero hay un elemento común en los problemas que los jóvenes manifiestan de
muchas formas, sobre todo lo que tiene que ver con aspectos emocionales que los
hacen presas de muchos problemas de la modernidad, y que los afectan en
desarrollo de su actividad educativa, provocando en ellos un rechazo a las
prácticas pedagógicas de la educación formal de la cual yo hago parte.
Desde una
visión pedagógica humanista aceptamos que los problemas emocionales a los
cuales están expuestos los jóvenes de hoy, son una barrera muy importante en
los procesos de enseñanza – aprendizaje, según lo que he podido captar en mi
práctica diaria y mis diálogos con ellos y con la Psico-orientadora de mi
institución, Dora Luz Agredo: “Un niño que vive las consecuencias del maltrato
o el abandono, difícilmente se va a preocupar por pensar en algo diferente a
los problemas que le aquejan” (Febrero 15 de 2017)
Y
últimamente, pude escuchar dentro de la práctica de un taller sobre afectividad
familiar al misionero Harold Escobar: “cuando tú has visto a tu papá pegarle a
tu mamá, y luego vas al colegio, sencillamente la matemática no entra…” (Marzo
28 de 2017)
En este
orden de ideas he podido notar que muchos de los estudiantes del grado décimo, que
atiendo, tienen dificultades en varios de los aspectos socio-familiares, por
ejemplo, en unos casos a quienes viven la problemática directamente y por otra
parte a estudiantes que prefieren no interactuar con jóvenes en conflicto.
Así las cosas,
en este ambiente escolar es necesario enfocar la práctica pedagógica de la
asignatura de educación religiosa en la reconstrucción de ciertos valores que
otorguen a los jóvenes la posibilidad de asumir las realidades que enfrentan a
diario en el campo afectivo y poder contribuir con su mejora personal. Lo
anterior me exige como docente resignificar mi práctica pedagógica para
convertirme en un elemento mediador entre las dificultades planteadas y un
mejor espacio formativo en la clase de religión, más allá de la religiosidad o
confesionalidad de las familias de los estudiantes.
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