DESDE LA COLINA DEL CALVARIO

CONTEMPLACIÓN y ADORACIÓN
(Ejercicio práctico de meditación)
(Anthony de Mello)



“Momentos después de la muerte de Jesús, me encuentro de pie sobre la colina del Calvario, ignorante de la presencia de la multitud. Es como si estuviera yo solo, con los ojos fijos en ese cuerpo sin vida que pende de la cruz... Observo los pensamientos y sentimientos que brotan en mi interior mientras contemplo...

Miro al Crucificado despojado de todo: Despojado de su dignidad, desnudo frente a sus amigos y enemigos. Despojado de su reputación. Mi memoria revive los tiempos en los que se hablaba bien de él... Despojado de todo triunfo. Recuerdo los embriagadores años en que se aclamaban sus milagros y parecía como si el reino estuviera a punto de establecerse...

Despojado de credibilidad. De modo que no pudo bajar de la cruz... De modo que no pudo salvarse a sí mismo... -Debió de ser un farsante-... Despojado de todo apoyo. Incluso los amigos que no han huido son incapaces de echarle una mano... Despojado de su Dios -el Dios a quien creía su Padre-, de quien esperaba que iba a salvarlo en el momento de la verdad... Le veo, por último, despojado de la vida, de esa existencia terrena a la que, como nosotros, se aferraba tenazmente y no quería dejar escapar...

Mientras contemplo ese cuerpo sin vida, poco a poco voy comprendiendo que estoy contemplando el símbolo de la suprema y total liberación. En el hecho mismo de estar clavado en la cruz adquiere Jesús la vida y la libertad. Hay aquí una parábola de victoria, no de derrota, que suscita la envidia, no la conmiseración. Así pues, contemplo ahora la majestad del hombre que se ha liberado a sí mismo de todo aquello que nos hace esclavos, que destruye nuestra felicidad...

Y al observar esta libertad, pienso en mi propia esclavitud: Soy esclavo de la opinión de los demás. Pienso en las veces que me dejo dominar por lo que la sociedad dirá o pensará de mí. No puedo dejar de buscar el éxito. Rememoro las veces en que he huido del riesgo y de la dificultad, porque odio cometer errores... o fracasar...

Soy esclavo de la necesidad de consuelo humano: ¡Cuántas veces he dependido de la aceptación y aprobación de mis amigos... y de su poder para aliviar mi soledad...! ¡Cuántas veces he sido absorbente con mis amigos y he perdido mi libertad...!

Pienso en mi esclavitud para con mi Dios. Pienso en las veces que he tratado de usarlo para hacer mi vida segura, tranquila y carente de dolor... y también en las veces que he sido esclavo del temor hacia él y de la necesidad de defenderme de él a base de ritos y supersticiones...

Por último, pienso cuán apegado estoy a la vida... cuán paralizado estoy por toda clase de miedos, incapaz de afrontar riesgos por temor a perder amigos o reputación, por temor a verme privado del éxito, o de la vida, o de Dios... y entonces miro con admiración al Crucificado, que alcanzó la liberación definitiva en su pasión, cuando luchó con sus ataduras, se liberó de ellas y triunfó.


Observo las interminables hileras de personas que en todas partes se postrarán de rodillas hoy, Viernes Santo, para adorar al Crucificado. Yo hago mi adoración aquí, en el Calvario, ignorando por completo a la ruidosa multitud que me rodea: Me arrodillo y toco el suelo con mi frente, deseando para mí la libertad y el triunfo que resplandecen en ese cuerpo que pende de la cruz. Y en mi adoración oigo cómo resuenan en mi interior aquellas palabras suyas: «Si deseas seguirme, debes cargar con tu cruz... ». Y aquellas otras: «Si el grano de trigo no muere, queda solo... »”.

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