El culto del yo.




¿Cuántas veces hemos anhelado la fuente de la eterna juventud, la belleza y el placer? La sociedad moderna ha desbordado los deseos por la estética hedonística y un raro concepto de salud enfocado más en el placer que en el bienestar fisiológico.

Al observar el comportamiento de nuestra sociedad caemos en cuenta que el culto por nuestro cuerpo ha crecido, mientras se ciernen dudas sobre nuestro propio espíritu; hoy cuestionamos la existencia misma de bienes espirituales y nos convencemos que lo único válido en la realidad es la satisfacción de los asuntos materiales donde incluimos el placer corporal que inunda nuestros nuevos ideales. Aún, la gente acude a los cultos religiosos, con el único fin de conseguir las señales portentosas que solucionen las dificultades y proporcionen “prosperidad y bendición” pero dichas bendiciones son sobre todo, el sentirse materialmente satisfecho.

El Evangelio del domingo de hoy, trae consigo una propuesta especial sobre la vocación y el seguimiento del Señor, a la pregunta “¿dónde vives? Jesús dijo a dos discípulos: “vengan y vean” ellos fueron y al ver el lugar se sintieron bien y se quedaron con Él; la realidad de Jesús no estuvo signada por los palacios o riquezas, seguramente dicho lugar era sencillo y humilde, pero quedaron impactados por la persona que les abrió el corazón y los recibió sin prevención alguna, por compartir, por su bondad y por su palabra; a tal punto que su vida cambió de ahí en adelante.

Es imposible conocer a Jesús y no sentir la inmensa alegría de anunciarlo, pero su propuesta de vida es para la vida misma y no para los bienes materiales. Quien siguió a Jesús no tuvo nada en absoluto, pero por otra parte tampoco experimentó carencia alguna, los beneficios o “bendiciones” aseguradas por su palabra no se parecen en nada al concepto de prosperidad que muchos pastores o sacerdotes pregonan para ganar adeptos.

Por otra parte la liturgia de hoy nos propone por medio de San Pablo una invitación a pensar en el concepto de dignidad. Todo nuestro ser ha sido rescatado por Cristo en la cruz. No somos propietarios exclusivos de nuestro cuerpo, sino también lo es Jesucristo. Para llevar una vida íntegra es imprescindible que sepamos y aceptemos que somos miembros de Cristo pues Él nos adquirió al precio de su sangre.
Somos templos del Espíritu Santo, por tanto el desbordado deseo por los placeres físicos o conductas inmorales, profanan dicho templo de Dios y viola la dignidad de la persona.

Nuestra dignidad reside en el punto mismo donde ubicamos nuestros principios, si los hemos ubicado en Dios, será únicamente por el cumplimiento de su palabra y la vivencia de su amor que logremos vivir en paz con nuestra propia conciencia.

San Pablo acentúa fuertemente la dignidad del cuerpo, sus orientaciones tienen plena vigencia hoy cuando la idolatría del cuerpo y la explotación de la sexualidad menosprecian sus verdaderas dimensiones antropológicas afectando la dignidad misma de la humanidad.

Socialmente no podemos quejarnos del la violencia o el maltrato a los niños, cuando hemos permitido relativizar la dimensión humana por la cual la vida humana se materializa y dignifica.


¿Existe para nosotros algo más? O nos conforta lo que resulta efímero para la vida humana.

Comentarios

Entradas populares de este blog

LOS SERES VIVOS Y LA SEGUNDA LEY DE LA TERMODINÁMICA

CONTRIBUCIÓN A LA FORMACIÓN DE LAS FAMILIAS

Un centro educativo no es solo un lugar de trabajo